Os contaré algo que me sucedió hace unos años, así me conoceréis mejor:
Aquel amanecer, fue sin duda un amanecer único, el Sol asomaba como flotando sobre el mar.
Desde una montaña verde, de hierba crecida, contemplé el espectáculo. Era primavera, una primavera ya lejana, que jamás podré olvidar. El día, un 15 de mayo, festividad de San Isidro Labrador.
A mi lado había una encinaabierta, de la cual brotaba un agua que resplandecía al recibir los primeros rayos solares del amanecer.
Aquella encina, parecía haber sido alcanzada por un rayo, el fuego celeste la noche anterior la había desgarrado, pues observé polvo de su corteza por todas partes.
El agua que manaba de sus entrañas, arrastraba sobre el manto verde donde me hallaba sentado ese polvo hacia el mar. Mar sobre el que pude ver como aleteaban las primeras aves de la mañana. Hasta siete grupos de ellas ví pasar, antes de que el Sol estuviese en plenitud sobre el cielo.
Después se hizo poco a poco de noche, fue una larga noche, tan oscura que pensé que jamás terminaría. Llegué a impacientarme, pues además hacia un frío espantoso, propio del invierno, aun estando en primavera y abajo el mar se agitaba en la terrible oscuridad con un sonido sordo e intermitente que nunca había oído antes, como pequeñas explosiones, que me sobresaltaban.
Aquella espera me resultó muy larga, pero mi paciencia fue recompensada cuando comenzó a despuntar el nuevo día y pude pasear junto al mar. Fue cuando encontré las débiles plumas blancas de aquellas aves, que en la tormenta habían perdido, recogí las que pude ya que algunas se deshacían entre mis dedos.
Pasé unas horas así, deambulando por la orilla del mar, hasta que de nuevo comenzó a llover, y esta vez la lluvia se transformó en granizo que yacía desparramado por el suelo. Lo que me llamó la atención fue que ya estaba oscureciendo, pero aquel granizo no se derretía, sino que brillaba como estrellas que se hubiesen precipitado en el suelo, en una noche de verano.
Me quedé viendo aquel espectáculo grandioso, pero el sueño irremediablemente me invadió, ya que estaba muy cansado, de tal forma que caí en un sopor delicioso. Soñé que se acercaba a mi una bella mujer, tan bella que no recordaba haber visto jamás tanta belleza y dulzura juntas, iba cubierta con un atuendo que me pareció de seda, y su perfume lo invadía todo. Aquella fragancia era difícil de describir, pero me recordó mi niñez, cuando del horno del panadero veía sacar aquellas hogazas de pan recién hecho.
Estuve de esa manera observando su hermosura bastante tiempo, cuando divisé a lo lejos un caballero que venía hacia nosotros, ella no se importunó, pues me confesó que lo esperaba, sino que le presentó como a su hermano.
Traía la espada manchada de sangre, así que pensé que podía haberse topado con alguna bestia, pero lo más extraño fue que de aquel arma manaba sangre continuamente, tanto que a borbotones fue tiñendo todo el suelo de un color bermejo, entonces recogió a su hermana, que sorprendentemente había disminuido su estatura al lado de la de su hermano, se despidieron de mi diciendo que su padre el Rey les esperaba, y en agradecimiento por cuidar de su hermana, el caballero me invitó a que acudiese a conocer al Rey, quien celebraba sus Bodas de Oro.
Así fue como llegué al castillo donde ahora recuerdo aquellos días inolvidables.
Aquel amanecer, fue sin duda un amanecer único, el Sol asomaba como flotando sobre el mar.
Desde una montaña verde, de hierba crecida, contemplé el espectáculo. Era primavera, una primavera ya lejana, que jamás podré olvidar. El día, un 15 de mayo, festividad de San Isidro Labrador.
A mi lado había una encinaabierta, de la cual brotaba un agua que resplandecía al recibir los primeros rayos solares del amanecer.
Aquella encina, parecía haber sido alcanzada por un rayo, el fuego celeste la noche anterior la había desgarrado, pues observé polvo de su corteza por todas partes.
El agua que manaba de sus entrañas, arrastraba sobre el manto verde donde me hallaba sentado ese polvo hacia el mar. Mar sobre el que pude ver como aleteaban las primeras aves de la mañana. Hasta siete grupos de ellas ví pasar, antes de que el Sol estuviese en plenitud sobre el cielo.
Después se hizo poco a poco de noche, fue una larga noche, tan oscura que pensé que jamás terminaría. Llegué a impacientarme, pues además hacia un frío espantoso, propio del invierno, aun estando en primavera y abajo el mar se agitaba en la terrible oscuridad con un sonido sordo e intermitente que nunca había oído antes, como pequeñas explosiones, que me sobresaltaban.
Aquella espera me resultó muy larga, pero mi paciencia fue recompensada cuando comenzó a despuntar el nuevo día y pude pasear junto al mar. Fue cuando encontré las débiles plumas blancas de aquellas aves, que en la tormenta habían perdido, recogí las que pude ya que algunas se deshacían entre mis dedos.
Pasé unas horas así, deambulando por la orilla del mar, hasta que de nuevo comenzó a llover, y esta vez la lluvia se transformó en granizo que yacía desparramado por el suelo. Lo que me llamó la atención fue que ya estaba oscureciendo, pero aquel granizo no se derretía, sino que brillaba como estrellas que se hubiesen precipitado en el suelo, en una noche de verano.
Me quedé viendo aquel espectáculo grandioso, pero el sueño irremediablemente me invadió, ya que estaba muy cansado, de tal forma que caí en un sopor delicioso. Soñé que se acercaba a mi una bella mujer, tan bella que no recordaba haber visto jamás tanta belleza y dulzura juntas, iba cubierta con un atuendo que me pareció de seda, y su perfume lo invadía todo. Aquella fragancia era difícil de describir, pero me recordó mi niñez, cuando del horno del panadero veía sacar aquellas hogazas de pan recién hecho.
Estuve de esa manera observando su hermosura bastante tiempo, cuando divisé a lo lejos un caballero que venía hacia nosotros, ella no se importunó, pues me confesó que lo esperaba, sino que le presentó como a su hermano.
Traía la espada manchada de sangre, así que pensé que podía haberse topado con alguna bestia, pero lo más extraño fue que de aquel arma manaba sangre continuamente, tanto que a borbotones fue tiñendo todo el suelo de un color bermejo, entonces recogió a su hermana, que sorprendentemente había disminuido su estatura al lado de la de su hermano, se despidieron de mi diciendo que su padre el Rey les esperaba, y en agradecimiento por cuidar de su hermana, el caballero me invitó a que acudiese a conocer al Rey, quien celebraba sus Bodas de Oro.
Así fue como llegué al castillo donde ahora recuerdo aquellos días inolvidables.
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