Carta de Aristeo a su Hijo sobre el Magisterio Hermético
(Extraída de la “Biblioteca de los Filósofos Herméticos”. Manuscrito anónimo conservado en la Biblioteca de Grenoble, número 819, siglo XVIII, páginas 183-192)
Hijo mío:
Después de haberte transmitido el conocimiento de todas las cosas, y de haberte enseñado cómo debes vivir y regular tu conducta de acuerdo con las máximas de una filosofía excelente, después de haberte instruido sobre todo lo que atañe al orden y al conocimiento de la monarquía del universo, sólo me resta por darte las llaves de la naturaleza, conservadas por mí con gran esmero.
De entre todas estas llaves, la que abre el lugar cerrado ocupa sin dificultad el más alto rango; es la fuente misma de todas las cosas y no cabe duda de que Dios le ha dado una propiedad del todo divina. Para quien está en posesión de esta llave las riquezas se tornan despreciables, ningún tesoro se le puede comparar. ¿De qué sirven las riquezas a aquellos que están sujetos a las desgracias que infligen las enfermedades humanas? ¿Qué valen los tesoros cuando se es derribado por la muerte? No hay riquezas que sean conservadas cuando la muerte nos atrapa ; pero, si poseo la llave alejaré tanto como sea posible mi deceso y, además, estaré seguro de haber adquirido un gran secreto que espanta toda suerte de padecimientos. Las riquezas están en mi mano, no me faltan los tesoros, huye la languidez; la muerte tarda cuando tengo la llave de oro.
Ahora, hijo mío, te la voy a ceder como herencia, mas te conjuro por el nombre de Dios y por su Santo Trono para que la guardes encerrada en el cofre de tu corazón y sometida al sello del silencio. Si te sirves de ella te colmará de bienes, y cuando seas viejo o empieces a ver declinar tu cuerpo ella te aliviará, te renovará, te curará. Pues sucede que, por una virtud que le es propia, remedia todas las enfermedades, ennoblece los metales y hace felices a sus poseedores. Nuestros padres nos pidieron bajo juramento aprender a conocerla y no dejar de utilizarla para hacer el bien al indigente, al huérfano y al necesitado, haciendo de este comportamiento nuestra marca y nuestro genuino carácter.
Todas las cosas que están bajo el cielo, divididas en especies diferentes, tienen como origen un mismo principio, y este es el aire del que todo fluye. El alimento de cada cosa muestra cual es su origen, puesto que lo que sostiene la vida es también lo que sostiene el ser. El pez emplea el agua, el niño mama de su madre, por su vida conocemos el principio de estas cosas. La vida de las cosas es el aire, éste es pues el principio de las cosas. Además, el aire corrompe el cuerpo de todas las cosas.
Lo que trae la vida como un don puede también interrumpir la vida. La madera, el hierro, las piedras, son disueltos por el fuego, y por él todas las cosas vuelven a su estado primero. Aquí está la causa de la generación, que también lo es por diferentes métodos de la corrupción. Y si sucede que ciertas criaturas sufren, sea por efecto del tiempo, sea por un caso fortuito, el aire viene ciertamente en su auxilio para curarlas de su imperfección y de su enfermedad.
La tierra, el árbol, la hierba, languidecen a veces por exceso de calor, el rocío del aire repara en todos ellos este defecto. Así ninguna criatura puede ser restablecida salvo por algo que esté en su propia naturaleza. Y sucede que el aire es el principio fundamental de todas estas cosas, por lo que puede concluirse que es la única medicina universal. Sabemos que en él mismo se encuentra la simiente, la vida, la muerte, la enfermedad, el remedio por excelencia. En él ha encerrado la naturaleza todos sus tesoros, y los ha comprimido como en un depósito propio y particular. no obstante, tener la llave de oro es saber liberar esta cámara estanca para extraer el aire del aire. Pero si se ignora como atrapar ese aire, entonces es imposible adquirir aquello que cura las enfermedades particulares y generales, llamando a los metales a la vida. Si deseas expulsar todas las enfermedades es necesario que busques el remedio dentro de la fuente común.
La naturaleza produce al semejante sacándolo del semejante y reúne especie con especie. Aprende pues, hijo mío, a capturar el aire, aprende a conservar la llave de oro de la naturaleza. Todas las criaturas pueden atrapar perfectamente el aire si conocen la llave de la naturaleza, sólo si conocen esta llave. El saber extraer el aire del arcano celeste es verdaderamente un secreto que supera la capacidad del espíritu humano, un gran secreto que contiene la virtud que la naturaleza ha atribuido a todas las cosas. Pues las especies se prenden por medio de sus especies semejantes. A un pez se le coge con un pez; a un pájaro con otro pájaro, y al aire se lo atrapa con otro aire que lo seduce.
La nieve y el hielo son un aire que el frío ha congelado, la naturaleza los ha dado una disposición que los permite poder capturar el aire. Coloca una de estas dos cosas en un vaso cerrado. Hazte con el aire que se congela alrededor, recogiendo lo que se destila en forma de humedad cálida en un vaso pequeño y profundo, cerrado, grueso, fuerte y limpio, de manera que puedas hacer cuánto te plazca, bien los rayos del sol, bien los de la luna. Cuando el vaso esté lleno cierra bien su boca para que esta chispa celeste, que está ahí concentrada, no se disipe en el aire. Llena tantos vasos como quieras de este líquido, atiende a continuación a lo que debes hacer y guarda silencio.
Construye un pequeño horno, adáptale un vaso lleno hasta la mitad de aquel aire capturado. Séllalo. Dispón seguidamente el fuego de manera que suba sólo la porción más ligera del humo, sin violencia, como hace en la naturaleza, en el centro de la tierra, donde el fuego calienta sin cesar produciendo una circulación continua de los vapores del aire. Que este fuego sea moderado, húmedo, suave, parecido al de un pájaro incubando sus huevos. Una vez conseguida esta disposición debes continuar de manera que el fruto aéreo cueza sin consumirse, agitándolo durante largo tiempo, hasta que quede enteramente cocido en el fondo del vaso. Añade nuevo aire a este aire, no en gran cantidad, sino en la proporción que haga falta. Haz de manera que se licúen ligeramente, que se pudra, que se ennegrezca, que se coagule, y que una vez fijado, enrojezca. Después toma la parte pura separada de la parte impura por medio del fuego y de un artificio divino. Toma al fin la parte pura de un aire crudo, a la que unirás de nuevo la parte pura endurecida. Haz de manera que se disuelvan, que se unan, que se ennegrezcan ligeramente, que se tornen blancos, que se endurezcan y que, por último, se enrojezcan.
Aquí termina la obra. Has hecho el elixir que produce todas las maravillas que has visto. Tienes la llave de oro, el oro potable, la medicina de todas las cosas, un tesoro inagotable. Así sea. Amen.
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