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viernes, 4 de noviembre de 2022

Vídeo: José Guifreda, el Alquimista de Barcelona






Su vida fue tan oculta como los saberes a los que se dedicaba en su mansión de El Putxet (Barcelona), donde murió a principios de los años ochenta arruinado y traicionado por algunos de sus discípulos, Solo tres entre ellos, fueron quienes in extremis pudieron salvar algunas partes de su biblioteca, (una de las de filosofía hermética y magia más importantes de Europa), al saldar la deuda que había dejado su maestro al morir, con la que había sido su ama de llaves. Una deuda que ella había decido cobrarse por cuenta propia  vendiendo, al mejor postor, algunas de sus joyas bibliográficas..

Una de las pocas imágenes que quedan de José Guifreda (a la derecha)

junto a su hermano, Mario Guifreda




La misma biblioteca que había visitado en 1952 , Juan-Eduardo Cirlot, para escribir su Diccionario de Simbología.

Madame Geneviève Dubois, una médica especialista en terapias del lenguaje que había escrito su obra cumbre sobre Fulcanelli, Fulcanlli dévoilé y sobre los alquimistas más importantes del s.XX, Ces hommes qui ont fait l'alchimie du XXe siècle, dedica dos capítulos de éste último a un catalán, José Guifreda, que la autora había intentado encontrar sin suerte.

De él solo se conoce lo que dejó escrito en su libro Dubois, que había sido amigo del barón Charles d’Hooghvorst y de La Croix-Haute, ambos alquimistas, y que tanto el uno como el otro lo consideraban un maestro a la altura de Louis Cattiaux o de Eugène Canseliet. De hecho, Guifreda, fue el maestro de Eugène Canseliet, quien a su vez, o eso aseguraba él, fue discípulo de Fulcanelli, el más famoso de todos los alquimistas, y un absoluto misterio del que no se sabe apenas nada, salvo lo que nos dejó escrito en sus eruditas obras.

También sobre José Guifreda se conoce que vivía en la mansión familiar en el rico barrio de El Putxet, un caserío impresionante en la calle Marmellá que compartía con su hermano Mario Guifreda, un literato y dramaturgo que figura en la Enciclopedia Catalana. Ambos vivían de las rentas, aunque José más que Mario porque, a pesar de ser médico, dedicaba sus días a sus experimentos y al estudio de la astrología. A Guifreda, más que como alquimista, le gustaba referirse a sí mismo como mago.

Existe un libro, Guifreda, el mago, en el que su autor, Jesús Egido, trata de reconstruir su vida. Para ello contactó con otros alquimistas españoles y franceses que lo habían conocido y le aseguraban que era una persona amable y callada que se carteaba con las personalidades más importantes de la Europa del momento, y que en los círculos ocultistas parisinos se le consideraba un “maestro de maestros”.

“André Breton, que siempre creyó, y así lo expuso en sus manifiestos, que el mundo debía cambiar, le pidió a sus amigos que le diesen una lista de las direcciones de las personas más influyentes del momento. La lista al final constaba de unos ciento ochenta nombres entre los cuales se contaban premios nobel, físicos e intelectuales de mucho prestigios. Uno de ellos era Guifreda. Lo que quería Breton era enviarles un cuestionario para ver qué pensaban sobre el arte mágico, pero creo que debía tener otro propósito más oculto que nunca sabremos. La cuestión es que José mantuvo una intensa correspondencia con él y con otros ocultistas y, por lo que pude saber, era un hombre tan especial que además de su laboratorio y su espectacular biblioteca hermética, tenía una habitación en la que nunca entró nadie donde se comunicaba con una entidad de otro mundo”, explica Jesús.

El origen de la alquimia se pierde en el tiempo; Jesús Egido escribe en su libro que este es el arte y la ciencia, a través del que el adepto busca la transmutación de los metales en oro utilizando minerales y procedimientos químicos –la precursora de la química moderna o “la otra química”- su origen está en Hermes Trimegistro. Luego hay tantas vías como alquimistas –la del antimonio, la del arsénico, la de la galena, la misteriosa vía del Spiritu mundis que utiliza la materia oscura–, pero el fin último de su trabajo siempre es el mismo: la consecución del Opus Magnum o la piedra filosofal, que da lugar a un liquido, el elixir, que si bien no lograría la inmortalidad, alarga la vida.

“La Alquimia obra cambios en la persona, es una Ciencia del Alma. Los alquimistas de todos los tiempos, tanto neófitos como adeptos, pasan toda su vida intentando interpretar alegorías muy complejas que aparecen en los libros de sus predecesores, que a su vez plantean también caminos erráticos, hasta que consiguen dar con el propio. Es un arte muy oculto, sobre todo en España, donde todavía hoy decir ser alquimista es decir ser un loco, un proscrito buscador de oro y tesoros imposibles. Fulcanelli logró la piedra filosofal en 1926, le entregó una porción a Canseliet para que pudiese ser testigo de la transmutación del plomo en oro y recogió su saber en dos libros para luego pasar al anonimato. Mas tarde el escritor Jacques Bergier, uno de los autores de El retorno de los Brujos, afirmó en los sesenta haber tenido un encuentro con el maestro en que le reveló que podía utilizar sustancias radiactivas y se dijo que la CIA anduvo tras los pasos del alquimista pensando que sabía algo sobre la bomba atómica. Aunque, por supuesto, hay tantas hipótesis e historias sobre la identidad de Fulcanelli como libros se han escrito sobre el tema”, dice Egido. 

El mago Guifreda habría conseguido realizar la Gran Obra en 1979, un año antes de su muerte. Así se lo confió en una carta a su amigo La Croix-Haute, pero cuando de La Croix fue a recogerlo a Barcelona para viajar juntos a Francia, ya había muerto. “Fue una verdadera desgracia porque con su fallecimiento desapareció todo: su laboratorio y esa maravillosa biblioteca que Cirlot visitó en los años cincuenta para escribir su Diccionario de Símbolos. Quienes heredaron su biblioteca fueron tres hombres, pero sobre todo uno de ellos, un argentino de Mendoza, Carlos Corcull, que pertenecía a la Gran Fraternidad Universal y uno de los que habría visitado a Canseliet en Francia y acampado en la puerta de su casa-castillo, pidiendo convertirse en alquimistas... El maestro tras una semana se apiadó de los que estaban soportando afuera las inclemencias del mal tiempo, solicitando ser recibidos, algo a lo que finamente accedió, manifestándoles que hacía esa excepción con ellos, "únicamente porque provenían de España", añadiendo a continuación que "era una deuda que debía saldar con un gran amigo, José Guifreda, el alquimista de Barcelona que le había cobijado en su casa durante la ocupación Alemana de París durante la II Guerra Mundial, cuando tuvo que huir ante el acoso de los nazis que buscaban en su buhardilla documentación para rastrear a Fulcanelli. Fue de ese modo como aquellos tres jóvenes conocieron a  Guifreda y terminaron siendo sus discípulos.

En el momento de su muerte, el Mago había gastado toda la fortuna familiar en sus trabajos de alquimia y la familia no quería saber nada más de él –a día de hoy siguen muy molestos–, de forma que estaba solo, enfermo y desahuciado y, al fallecer, uno de sus supuestos discípulos vendió su laboratorio y los manuscritos que había en la biblioteca a un librero “mercenario” que, a su vez, los subastó en Inglaterra. 

Tampoco han sobrevivido sus cartas; nada queda ya más que unas pocas menciones en obras como la de Madame Dubois y un borroso recuerdo entre sus familiares y algunas personalidades que lo trataron. Ni siquiera su tumba en el cementerio de Poblenou es sencilla de encontrar, lo enterraron con la familia política de su hermana y me fue imposible hallar la tumba de su propia madre”, resume.

 










 


Publicado por egarciaber en viernes, noviembre 04, 2022 0 comentarios
Etiquetas: Alquimia, Barcelona, Guifreda
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  • Alchemie et Hermétisme
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