Una de las pocas
imágenes que quedan de José Guifreda (a la derecha)
junto a su hermano, Mario Guifreda
La misma biblioteca que había visitado en 1952 , Juan-Eduardo Cirlot, para escribir su Diccionario de Simbología.
Madame Geneviève Dubois, una médica especialista en terapias del lenguaje
que había escrito su obra cumbre sobre Fulcanelli, Fulcanlli dévoilé y sobre los alquimistas más importantes del s.XX, Ces hommes qui ont
fait l'alchimie du XXe siècle, dedica dos
capítulos de éste último a un catalán, José Guifreda, que la autora había
intentado encontrar sin suerte.
De él solo se conoce lo que dejó escrito en su
libro Dubois, que había sido amigo del barón Charles
d’Hooghvorst y de La Croix-Haute, ambos alquimistas, y que tanto el
uno como el otro lo consideraban un maestro a la altura de Louis
Cattiaux o de Eugène Canseliet. De hecho, Guifreda, fue el maestro de Eugène Canseliet, quien a su vez, o eso aseguraba él, fue discípulo de Fulcanelli, el
más famoso de todos los alquimistas, y un absoluto misterio del que no se sabe
apenas nada, salvo lo que nos dejó escrito en sus eruditas obras.
También sobre José Guifreda se conoce que
vivía en la mansión familiar en el rico barrio de El Putxet, un caserío
impresionante en la calle Marmellá que compartía con su hermano Mario Guifreda,
un literato y dramaturgo que figura en la Enciclopedia Catalana. Ambos vivían
de las rentas, aunque José más que Mario porque, a pesar de ser médico,
dedicaba sus días a sus experimentos y al estudio de la astrología. A Guifreda,
más que como alquimista, le gustaba referirse a sí mismo como mago.
Existe un libro, Guifreda, el mago, en el que su
autor, Jesús Egido, trata de reconstruir su vida. Para ello contactó con
otros alquimistas españoles y franceses que lo habían conocido y le aseguraban
que era una persona amable y callada que se carteaba con las personalidades más
importantes de la Europa del momento, y que en los círculos ocultistas
parisinos se le consideraba un “maestro de maestros”.
“André Breton, que siempre creyó, y así lo expuso
en sus manifiestos, que el mundo debía cambiar, le pidió a sus amigos que le
diesen una lista de las direcciones de las personas más influyentes del
momento. La lista al final constaba de unos ciento ochenta nombres entre los
cuales se contaban premios nobel, físicos e intelectuales de mucho prestigios.
Uno de ellos era Guifreda. Lo que quería Breton era enviarles un
cuestionario para ver qué pensaban sobre el arte mágico, pero creo que debía
tener otro propósito más oculto que nunca sabremos. La cuestión es que José
mantuvo una intensa correspondencia con él y con otros ocultistas y, por lo que
pude saber, era un hombre tan especial que además de su laboratorio y su
espectacular biblioteca hermética, tenía una habitación en la que nunca entró
nadie donde se comunicaba con una entidad de otro mundo”, explica Jesús.
El origen de la alquimia se pierde en el tiempo; Jesús Egido escribe en su libro que este es el arte y la ciencia, a través del que el adepto busca la transmutación de los metales en oro utilizando minerales y procedimientos químicos –la precursora de la química moderna o “la otra química”- su origen está en Hermes Trimegistro. Luego hay tantas vías como alquimistas –la del antimonio, la del arsénico, la de la galena, la misteriosa vía del Spiritu mundis que utiliza la materia oscura–, pero el fin último de su trabajo siempre es el mismo: la consecución del Opus Magnum o la piedra filosofal, que da lugar a un liquido, el elixir, que si bien no lograría la inmortalidad, alarga la vida.
“La Alquimia obra cambios en la persona, es una Ciencia del Alma.
Los alquimistas de todos los tiempos, tanto neófitos como adeptos, pasan toda
su vida intentando interpretar alegorías muy complejas que aparecen en los
libros de sus predecesores, que a su vez plantean también caminos erráticos,
hasta que consiguen dar con el propio. Es un arte muy oculto, sobre todo en
España, donde todavía hoy decir ser alquimista es decir ser un loco, un
proscrito buscador de oro y tesoros imposibles. Fulcanelli logró la piedra
filosofal en 1926, le entregó una porción a Canseliet para que pudiese ser
testigo de la transmutación del plomo en oro y recogió su saber en dos libros
para luego pasar al anonimato. Mas tarde el escritor Jacques Bergier, uno de
los autores de El retorno de los Brujos, afirmó en los sesenta
haber tenido un encuentro con el maestro en que le reveló que podía utilizar
sustancias radiactivas y se dijo que la CIA anduvo tras los pasos del
alquimista pensando que sabía algo sobre la bomba atómica. Aunque, por
supuesto, hay tantas hipótesis e historias sobre la identidad de Fulcanelli
como libros se han escrito sobre el tema”, dice Egido.
El mago Guifreda habría
conseguido realizar la Gran Obra en 1979, un año antes de su muerte. Así se lo
confió en una carta a su amigo La Croix-Haute, pero cuando de La Croix fue a
recogerlo a Barcelona para viajar juntos a Francia, ya había muerto. “Fue una
verdadera desgracia porque con su fallecimiento desapareció todo: su
laboratorio y esa maravillosa biblioteca que Cirlot visitó en los años
cincuenta para escribir su Diccionario de Símbolos. Quienes heredaron su
biblioteca fueron tres hombres, pero sobre todo uno de ellos, un argentino de
Mendoza, Carlos Corcull, que pertenecía a la Gran Fraternidad Universal y uno de los que
habría visitado a Canseliet en Francia y acampado en la puerta de su casa-castillo, pidiendo convertirse en alquimistas... El maestro tras una semana se apiadó de los
que estaban soportando afuera las inclemencias del mal tiempo, solicitando ser recibidos,
algo a lo que finamente accedió, manifestándoles que hacía esa excepción con ellos, "únicamente porque provenían de España", añadiendo a continuación que "era una deuda
que debía saldar con un gran amigo, José Guifreda, el alquimista de Barcelona
que le había cobijado en su casa durante la ocupación Alemana de París durante
la II Guerra Mundial, cuando tuvo que huir ante el acoso de los nazis
que buscaban en su buhardilla documentación para rastrear a Fulcanelli. Fue de
ese modo como aquellos tres jóvenes conocieron a Guifreda y terminaron siendo sus discípulos.
En el momento de su muerte, el Mago había gastado
toda la fortuna familiar en sus trabajos de alquimia y la familia no quería
saber nada más de él –a día de hoy siguen muy molestos–, de forma que estaba
solo, enfermo y desahuciado y, al fallecer, uno de sus supuestos discípulos
vendió su laboratorio y los manuscritos que había en la biblioteca a un librero
“mercenario” que, a su vez, los subastó en Inglaterra.
Tampoco han sobrevivido sus cartas; nada queda ya más que unas pocas
menciones en obras como la de Madame Dubois y un borroso recuerdo entre sus
familiares y algunas personalidades que lo trataron. Ni siquiera su tumba en el
cementerio de Poblenou es sencilla de encontrar, lo enterraron con la familia política
de su hermana y me fue imposible hallar la tumba de su propia madre”, resume.
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